Distribuyó todo su dinero entre los pobres y necesitados, pero sus familiares pensaron que había perdido el juicio. Luego la vistieron con el uniforme militar que pertenecía a su marido. Dejó su hogar y se quedó sin hogar, vagando descalza por los barrios pobres y no aceptaba ninguna buena acción de nadie excepto dársela a los pobres. Sólo come un poco y sale de la ciudad a orar de rodillas desde la noche hasta el amanecer.
Algunas personas piadosas notaron que sus acciones esconden una vida de santidad y sus palabras están llenas de sabiduría. La bendición de Dios la acompañó donde quiera que fuera. Muchos milagros ocurrieron en sus manos.
Ksenia cargó la cruz por Cristo durante cuarenta y cinco años y luego durmió en el Señor alrededor de 1806. Después de su muerte, su tumba se convirtió en un lugar de peregrinación y de oración.
Durante más de ciento setenta años, la piedad popular alcanzó prominencia. Finalmente, en 1978, la Iglesia rusa la declaró santa y la Iglesia la celebra el 24 de enero.